miércoles, 22 de abril de 2020

LEYENDA DE CUPIDO Y PSIQUE


Del amor entre la diosa Venus y el dios Marte nació Cupido ("eros" - "amor" en griego), un bello niño de rizos dorados, coronado como el más revoltoso de todo el mundo celestial. Se pasaba el día revoloteando con sus blanquitas y esponjosas alas lanzando flechas al azar, ocasionando numerosos amores inoportunos.
Un día, este niño creció y se convirtió en un apuesto joven. A los oídos de su madre Venus había llegado el rumor de que una joven hermosa llamada Psique ("mente") estaba cautivando el mundo con su belleza, la cual rozaba lo divino, hasta el punto de ser confundida con la propia Diosa del Amor. Para Venus esto era imperdonable, por lo que envió a su hijo hasta la presencia de esa mortal doncella, ordenándole a este que le lanzara una flecha al centro de su corazón provocándole el amor más desdichado de todos, dirigido inevitablemente hacia un hombre pobre y de aspecto horrible.
Pero los ojos de Cupido quedaron prendados de tan alta belleza, singular de verdad, única para el corazón que comenzaba a palpitar de tierno amor, y que no pudo atender a las órdenes de su madre. De este modo se las ingenió el dios enamorado que llevó a Psique apartada hasta un lejano monte donde le esperaría su terrible marido, presa de una maldición que creía cierta. Desde el monte fue transportada por las delicadas manos del viento hasta una hermosa mansión en mitad de un verde prado, provista de todo lujo y elegancia. Psique quedó extasiada ante tanta fortuna. Y, por fin, conocería a su esposo. 


Sin embargo, ella estaría condenada a permanecer al lado de un hombre de apariencia hermosa, algo que Psique desconocía, pues debía permanecer siempre con los ojos vendados en presencia de su marido o recibiría un cruel castigo por ello. Psique obedeció a su esposo y vivía feliz entre todas las cosas buenas que le rodeaban, entre los brazos de su amado, al que no podía ver pero al que amaba ciegamente. Pasaba los días despreocupada, no le importaba la apariencia de su marido, todo a su alrededor era perfecto, vivía como una auténtica dios y él la amaba. ¿Qué más podía pedir?





Pero un día, Psique solicitó a su marido ver a sus hermanas, las que vivían ajenas a la nueva fortuna de su hermana pequeña y pasaban el día llorando pensando que la habían perdido para siempre. Cupido no le puso impedimento a la petición de su amada, pero advirtió a esta de que no revelase a sus hermanas su existencia, pues ellas podrían sospechar e, inducidas por la corrosiva envidia, tender una trampa a su pequeña hermana para romper su magnífico idilio. Cupido le recordó que si tentara alguna vez en querer conocer su rostro, sería el final de todo, de su mundo y de su amor. Ella no quería eso, nunca.
Pero, Psique habló. Contestaba airosa a las preguntas de las hermanas ansiosas de información candente que poder utilizar más a su favor y lo consiguieron. Crearon en Psique el deseo de saber más, la curiosidad, la perdición del mundo que él había creado para ellos. Sus hermanas no soportaban verla tan feliz y dichosa, por lo que comenzaron a incidir en las preguntas, en las acusaciones, en el por qué de no conocer el rostro de la persona a la que tanto amaba. ¿Y si sus intenciones no eran buenas? ¿O su apariencia terriblemente feroz? 
Psique comenzó a dudar. Todo era perfecto con él, pero sus hermanas podrían llevar razón y no ser la persona que parecía, y tratarse en realidad de alguien desconocido y peligroso para ella. Así que un día, lo hizo. Cuando Cupido dormía plácidamente al lado de su esposa, esta aprovechó la ocasión, y portando un candil de aceite y un puñal se acercó al rostro de su esposo con miedo, pero decidida a conocer por fin al hombre que descansaba junto a ella cada noche.


Para su sorpresa, allí no encontró bestia alguna ni lobo feroz, sino el mayor alarde de belleza masculina contenida en un solo cuerpo. Allí, frente a una mujer eternamente enamorada, yacía un hermoso hombre acurrucado entre sus enormes alas de algodón. 
Ella observaba extasiada el perfecto espectáculo que tenía frente a sus ojos. Ante tal increíble visión, dejó caer por accidente el candil de aceite, con la mala fortuna de rociar un hombro de Cupido. Este, sobresaltado, despertó de su mágico sueño. Y allí la vio, frente a él, observándolo fascinada. Él, ante la visión de su mujer petrificada, desplegó sus alas y salió huyendo para siempre.
Psique, horrorizada por lo que había causado, vagó por el mundo en busca de su amado, no encontrando respuesta allá donde fue. Mientras, Cupido lloraba por la pérdida de un amor único y perfecto en brazos de su querida madre Venus. Esta, muy enojada por la desobediencia de su hijo, ordenó a todos los dioses que jamás le ofrecieran su ayuda a Psique. 
Psique llegó hasta Venus, a pedirle ayuda para poder encontrar a su amado. La Diosa del Amor no podía creer que, realmente, esa mortal fuese tan hermosa. Como escarmiento a la joven, la retó a cumplir una serie de trabajos y retos muy complicados si deseaba volver a ver a Cupido. La doncella accedió a todo lo que la Diosa le ordenó.
Júpiter, cuando no andaba en algún lío de faldas, ponía atención y se enteraba de estos malos actos de sus hijos, como ocurría en esta ocasión con Venus. Cupido no soportaba más estar lejos de Psique. Había entendido que todo le daba igual si no estaba con ella, que podía perdonarla, podría volver a confiar en ella, y esta vez sin vendas, sin más mentiras. Júpiter, inundado de compasión, impuso a Venus la liberación de Psique. 

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